La transformación digital y el envejecimiento poblacional han provocado una reconfiguración de los espacios educativos. Las aulas actuales son un reflejo de la heterogeneidad etaria, donde conviven jóvenes nativos digitales, adultos en transición profesional y personas mayores que buscan adaptarse a los desafíos tecnológicos (Roca, 2020). En este contexto, los enfoques tradicionales basados en la estandarización educativa resultan insuficientes para responder a las demandas contemporáneas.
El Age Management, entendido como una estrategia de gestión que promueve la inclusión, el aprovechamiento de la experiencia acumulada y el aprendizaje continuo, puede aportar una perspectiva clave en este proceso (Krajčová, 2015). Asimismo, la Andragogía, con sus principios centrados en el aprendizaje autodirigido y orientado a la experiencia práctica (Knowles, 2006), y la Heutagogía, que potencia la autonomía y la adaptabilidad (Hase & Kenyon, 2000), constituyen herramientas esenciales para rediseñar los modelos educativos.